Llevábamos más de media hora hablando. Se podría decir que, hasta entonces, las cosas habían ido bien. Vino, cigarros, comida ligera y esas cosas. No fue hasta ese momento que a mí se me ocurrió decir: <<qué va tía, lo siento, no puedo llevarte, a mí es que no me molan los coches…>>. Y ambos supimos que ninguno de los dos tenía nada más que hacer allí.
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