Querían ir a un parque a beber vino y comer fresas sentados sobre la hierba. Supuse que se trataba de cosas de europeos… Nos sentíamos algo descolocados ante todo aquello. Una gran ciudad, unas sofisticadas tipas francesas y un día soleado. Puede ser que fuésemos muy poco para todo aquello, pero hacía un tiempo de pelotas y no íbamos a dejar pasar la oportunidad. Nos sentamos alrededor de un mantel de cuadros de hule que llevaban en uno de sus grandes bolsos, conversamos sobre el tiempo, la vida, Kerouac y el futuro. En el fondo todos estábamos aterrados ante la inmensidad de las cosas, pero ninguno quería confesarlo.
He de decir que, pasado un rato, empecé a cogerle el punto al vino, a las fresas, al mantel y a aquel puto día soleado. El sol tocaba mi cara como una caricia, dejando claro que la primavera estaba aquí para quedarse. Era mucho mejor que estar en casa borracho escribiendo mierda que nadie lee. Era mejor que estar viendo una peli y acordarme de ti cada cinco minutos. Era mejor que evitar coger el teléfono para no llamarte. Así que aposté por ello, y les dije lo mucho que me gustaría volver a París –aunque siempre haya sido más de Burdeos- y les pregunté por las cosas allí como si Francia se tratase de un gran imperio situado a millones de kilómetros de aquí. Se podría decir que interpreté mi mejor papel. Supongo que en el fondo eso era lo que querían, sentirse aduladas un rato, aprovecharse de nuestro conocimiento de la ciudad y, ya si eso, compensarnos con un poco de pasión francesa. Algunos lo llaman conveniencia, yo prefiero llamarlo joie de vivre.
Creo que es mi relato tuyo favorito hasta el momento. Porque es más dulce que de costumbre.
ResponderEliminarIsa tú bien sabes que a veces me pongo melosón...
ResponderEliminarY a mí, por supuesto, me encanta.
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