Los cuatro nos miramos con cara de circunstancias. Todos sabíamos que no había sido buena idea lo de ir a aquella fiesta. Richi acababa de salir del armario y no dejaba de flirtear con todo ser viviente que contase con un pene entre sus piernas. A Carlos acababan de echarle del trabajo y la fiesta era en casa de la hija del director de Recursos Humanos de la empresa. Alberto había vuelto a la cocaína y no dejaba de ir al baño con tías con ganas de fiesta -cosa que no está nada mal- mientras que yo acababa de encontrarme a mi ex. Hacía casi dos años que no la veía. Optó por presentarme a su nuevo novio. Estaba en forma, lucía un look bastante de padre y tenía mucha más pasta que yo. Me preguntó que cómo me iba todo y recalcó que yo era escritor. Intenté matizar un poco aquello pero de poco sirvió. Yo llevaba cuatro meses en el paro y había engordado unos seis kilos. Mis proyectos de convertirme en escritor se estaban yendo al garete -llevaba cosa tres meses sin escribir absolutamente nada- y también hacía un buen tiempo que no la metía.
A ellos se les veía contentos. Ya saben, contentos de los de ahora: buenos salarios, buenos coches, muchos eventos interesantes y muchas fotos con niños pobres en viajes al tercer mundo.
En el fondo todos sabíamos que no había sido buena idea lo de ir a aquella fiesta. Los hermanos pequeños de las que un día habían sido nuestras mujeres -aquellos que por aquel entonces nos habían idolatrado- se reían de nosotros y se tiraban a nuestros antiguos ligues. Conducían Audis y se metían mucha mierda de diseño. Todos parecían tener trabajos apasionantes con nombres muy raros -community manager, cirujano maxilofacial en prácticas- y nosotros parecíamos estar acabados. Un buen día, tiempo atrás, habíamos hecho cosas apasionantes; habíamos tocado en grupos, tomado a preciosas mujeres en playas del Mediterráneo y viajado por el mundo en adelante con pocos chavos en el bolsillo. Entonces aquello VALÍA de algo pero... ¿y ahora?
Joder, entonces vi a Richi salir de la mano de un sarasa y meterse entre los matorrales del jardín trasero. Pensé en ir allí y decirle que se había vuelto loco, que en realidad le gustaban las mujeres. Supuse que para él la fiesta no había sido tan mala idea... Después apareció Carlos, me dijo que había conocido a un tío, que le iba a hacer una entrevista el lunes y que quizás consiguiese el empleo. No sabía si alegrarme por él o qué. Alberto seguía a lo suyo, en el baño, más delgado y animado que nunca con algo de mierda en el cuerpo. Yo seguía exactamente igual que antes de llegar a la fiesta, sólo que peor. No sabía si hacerme marica, chupar algún culo para encontrar un empleo que no me llenase o acompañar a Alberto en el mundo de la farlopa. Ninguno de los tres parecía un buen plan, así que llamé a un taxi sin decir nada a nadie. Me crucé con mi ex de nuevo al salir, me dijo que tenía prisa, que su vuelo a Filipinas salía en cosa de cuatro horas, que ya hablaríamos. ¿Y de qué coño quería hablar? ¿De Filipinas? ¿De cómo se la tira ese cretino?
- ¡Taxi! ¡Taxi! Al club Las Palmeras, por favor, y rapidito... Por cierto, ¿no tendrá usted algún amigo que pase algo por ahí no?
Ye nano, buena mierda.
ResponderEliminarSheriff.