jueves, 22 de septiembre de 2011

LLUVIA

Llovía todos los días. Cada mañana me despertaba la luz que entraba por la ventana acompañada por el ruido de las gotas contra el cristal. CLONG-CLONG-CONG. El ruido acababa por hacerse insoportable, llovía todos los malditos días. 
Salía de mi apartamento para hacer la compra y empezaba a llover. Volvía a entrar y, cuando los primeros rayos de sol asomaban, otra vez llovía. Se podría decir que llovía todo el santo día. Ibas a cenar y llovía, salías del baño y llovía, salías a dar un paseo por el parque y llovía. Al final opté por no salir. Me quedaba en mi minúsculo apartamento durante horas. Simplemente era mejor así. Estuve sin salir un par de semanas. Ya me había leído todos mis libros y visto todas mis películas. La única comida que quedaba eran unas latas de judías que había dejado el anterior inquilino. La casa estaba limpia -ventajas del tiempo libre- pero sabía que mi única opción era salir. Al fin y al cabo era sólo lluvia ¿no? Necesitaba comida y algo de entretenimiento para poder seguir ahí. No había recibido ni una sola visita durante aquel tiempo. El teléfono no había sonado porque no tenía. Miré por la ventana antes de salir. Llovía a cántaros. Nadie parecía preocupado. Cogí un chubasquero y unas botas. Abrí la puerta y vi a dos de mis vecinos hablando junto al ascensor. Se sorprendieron un poco al verme, pero decidí evitarlos diciéndoles que tenía prisa y bajé por las escaleras. Podía oír cómo las gotas golpeaban salvajemente el cristal de la puerta. CLONG-CLONG-CLONG. Decidí abrirla sin pensármelo dos veces, como el que se tira de un puente. Estaba listo y preparado para lo peor, no dejaba de repetirme que aquello sólo era lluvia. Empezó a caer sobre mi chubasquero, deslizándose hasta alcanzar el suelo como si mi cuerpo fuese una cascada. Estaba a punto de rendirme otra vez, pero fue sacar el candado de la bici y todo paró. De pronto salió el sol, y con él los niños salieron a jugar al parque y los tipos que vendían paraguas en las esquinas se esfumaron. Supongo que ahora venden gorras o ventiladores de mano. Fui a la tienda con el chubasquero y las botas. Uno siempre tiene que estar preparado...

martes, 20 de septiembre de 2011

christopher bowder



CHRISTOPHER BOWDER, DE MANSIONS, ES MUUUUUUUUUUUUUUUY TITO!!!!!!!!!!!

escucharlo y volver al 2008, así, de repente. 

lunes, 19 de septiembre de 2011

el futuro

el cabecilla de la banda se llamaba lars. algunos de ellos eran latinos pero, en su mayoría, la banda estaba formada por tipos escandinavos y caucásicos. raro ¿verdad? normalmente se asocian las bandas a otras etnias (no seré yo quien las mencione), pero ésta banda era una banda DEL FUTURO y joder así eran las cosas allí. (note el lector cómo me refiero al futuro en tiempo pasado, dejando claro que ya he estado allí). 
así que bueno, estaba yo allí en compañía de mi padre -en el futuro, por si no ha quedado claro aún- y nos disponíamos a comprar un coche. yo había cumplido los 30 y por fin me había sacado el carnet. no es que fuese lo normal en el futuro -ni mucho menos- pero así era. como tampoco tenía un empleo estable mi padre estaba allí, ayudándome económicamente para que adquiriese mi primer -y, posiblemente, último- automóvil. 
joder ahora que lo pienso, en el futuro yo era un perdedor en toda regla. no tenía empleo, ni coche, ni pareja. además tenía 30 años, que es una edad que suena muy terrible para todo (menos para casarse). la verdad no sé si eso era lo habitual allí -lo dudo- pero es que era mi puto primer día en el futuro y estaba comprando un coche. 
entonces, como les venía contando, estábamos eligiendo el coche. habíamos ido a muchos concesionarios y a visitar a amigos de mi padre, pero todos nos pedían millones de pesetas por auténticas mierdas de coches. ah, quizás no se hayan enterado... en el futuro españa vuelve a la peseta. no sé en qué año exactamente, pero cuando yo tenía 30, todo era en pesetas. 
aquellos chavales más jóvenes que yo manejaban buenos carros. el cabecilla -un tipo rubio con una cinta en el pelo y chándal- me ofreció un último modelo con tan sólo mil kilómetros por un precio de risa. además de eso, si pagaba ya, me regalaba otro coche más pequeño. ustedes pensaran que aquello no podía ser -se trataba de coches casi nuevos en perfectas condiciones- pero todos parecíamos convencidos. nadie pareció extrañarse. aquellos tipos actuaban de forma fría y calculadora, no había sitio para la camaradería. nos puso algunas condiciones estúpidas en el contrato, como tener que llevar una pegatina con las siglas de su banda y comprar pizza para llevar una vez a la semana en el restaurante de su colega neels, pero lo hizo todo con mucha religiosidad. 
ahora cuando lo cuento la gente suele reaccionar diciendo que cómo fui tan gilipollas, que cómo me dejé estafar de aquella manera. joder estábamos en el puto futuro, y habían pesetas. así funcionaban las cosas... además, se suelen olvidar de que, al fin y al cabo, lo guapo de la historia es que yo estaba en el futuro. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

3 VECES AL DÍA



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No le gustaba su trabajo. Se tiraba ocho horas al día en aquella oficina, sintiéndose productivo solamente a ratos. Al menos tenía jornada continua, hecho que le permitía tener algo de tiempo para sí mismo durante las tardes. 
Se había pasado cinco años sin pena ni gloria en una prestigiosa facultad privada. Hablaba idiomas y se podía decir que había viajado bastante (aunque no tanto como sus pretenciosos compañeros de cátedra, que sentían que si no se gastaban mil euros en el billete no era viajar). No le costó demasiado encontrar un primer empleo aceptablemente remunerado. Miraba a su alrededor en la oficina. Poco tenía que ver con aquella gente. No se interesaba demasiado por ellos en sus pausas del café, tan sólo hablaba de fútbol con algún becario o ponía excusas baratas cuando era invitado a la cena mensual del departamento. 
Lo hacía tres veces al día; una al despertarse, otra al volver de la oficina y la última antes de acostarse. Alguno podría decir que son muchas veces, pero a él no se lo parecía. Algo tenía que hacer para seguir adelante. 
Conocía a mucha gente en la ciudad, pero ya se había hartado. Con sus tres veces al día le bastaba. Esos cinco minutos le hacían olvidarse de todo y volver a sentirse en la cima, donde un buen día estuvo. 
Muchas veces pensaba en dejarlo, pero los dos mil euros al mes que cobraba no estaban nada mal. Podía permitirse un pequeño apartamento para él sólo, decorado a su gusto minimalista y con una asistenta que venía dos días a la semana a limpiar y plancharle la ropa del trabajo. El fin de semana podía emborracharse en los bares y comer un par de porciones de pizza a las seis de la mañana. Solía quedar con sus amigos para ‘‘buscar chicas que llevarse a casa’’, pero se pasaba la mitad del tiempo pensando en sus tres veces al día y creía que no le hacía falta más. Se podría decir que incluso lo prefería. Toda esa palabrería, invitar a copas y prometer cenas o lo que fuese ya le cansaba. 
Hacía cinco meses que no la veía y se sentía mejor. ``Otras vendrán´´-le decían sus amigos- pero a él le daba igual. Estaba bien así; él y sus tres veces al día, sus tres veces al día y él. Su dinero en el banco a fin de mes. Su reticencia a los grandes planes y sus viajes low cost de fin de semana para visitar a amigos borrachuzos y solitarios. 
Alguno podría decir que tres veces al día son muchas veces, pero a él no se lo parecía. Era lo que le permitía seguir adelante.