Aquel día había salido algo antes de la oficina. Estaba saboreando aquella hora extra de libertad mientras escuchaba un directo de los Smiths en mi iPod. No había pasado nada especial, pero tampoco había sido un mal día, no nos vamos a engañar. Al salir del metro coincidí con la salida de un colegio de primaria. Los tres chavales estaban al fondo de todo, como rezagados. Iban ataviados con camisetas de sus equipos favoritos empapadas en sudor. Se agarraban por los hombros a modo de exaltación de la amistad. Tendrían unos once años. Hablaban con sus graciosas vocecillas en tono MUY elevado. Decían nosequé de alguna jugada del partido y felicitaban al de en medio -que, por lo que oí, se llamaba Rafa- por el gran gol que les había dado la victoria.
Al verlos así no pude evitar sonreír. Me los imaginaba ahí, a los tres, a Rafa y sus dos amigos, diez años después... Igualmente cogidos por los hombros, igualmente con las camisetas de sus equipos favoritos sudadas... Hablando en todo MUY elevado en la calle a altas horas de la madrugada, borrachos como cubas intentando ligar con alguna chica más mayor que ellos.
Supongo que eso es en lo que se transforma la amistad: sigues agarrando a tus amigos por los hombros, sudando y berreando con ellos, sólo que al final los únicos goles que te importan son lo que metes tú en ese noble terreno de juego que es la cama.
Olé maestro.
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