miércoles, 4 de mayo de 2011

EL PRÍNCIPE

Carlos estaba sentado frente a la ventana, con los pies descalzos apoyados en el radiador apagado. Estaba observando detenidamente el collage que le había regalado su novia. Aquel día hacían un año, y ella había hablado con su madre para pedirle fotos de Carlos cuando era pequeño. Las había de todo tipo: en el parque de atracciones, en casa de sus tíos en el pueblo, en fiestas de cumpleaños... Carlos no pudo evitar sonreír al verlas. <<Es muy tierno todo esto>> se dijo, aunque en realidad no le importaba una mierda. De pronto vio una imagen que pasó a atraer toda su atención. Era una foto suya en el puerto. Carlos debía tener unos tres años cuando se la hicieron, y en ella se le podía observar con su gracioso pelo rubio a la taza y una chaqueta amarilla que era su favorita. A decir verdad, salía verdaderamente gracioso. Intentó recordar aquel día... Al principio le costó un poco, pero pronto recordó que fue tomada un día que habían ido al puerto a ver el barco nuevo de su tío. Su tío Alfredo era un hombre muy rico. Cada vez que se lo encontraba, éste entregaba a Carlos una moneda de quinientas pesetas. Era esa clase de tío. Era empresario o algo por el estilo. No se podía acordar del todo bien de aquel día en el barco. Recordaba vagamente cómo le había impresionado su tamaño y que, después, habían ido a dar una vuelta por la bahía. El resto de los recuerdos fueron meras especulaciones. En un momento dado, Carlos se pudo ver a sí mismo, el mismo día de la foto, rodeado de las mujeres que iban a bordo. Se vio siendo el centro de atención, el objeto de entretenimiento de aquellas señoras maquilladas que fumaban y reían mientras exclamaban cosas como <<¡qué monada de niño!>> o <<si hasta parece un chico mayor con su chaqueta amarilla...>>.
En ese instante le invadió la melancolía. Empezó a pensar que, una vez, había sido un niño muy mono al que todas las señoras de los barcos prestaban atención. Había sido un pequeño ser virginal, blanco y puro, de ojos graciosos y pelo a la taza. Su novia estaba a punto de regresar a la habitación. Se habían quedado los dos solos en la casa. Carlos Intentó contenerse y ocultar sus lágrimas, pero no pudo. Se sentía un príncipe, un pequeño príncipe del reino de la infancia que había cometido una horrible traición... ¿Quién se había creído él para convertirse en un tipo que se creía mayor por follarse a su novia de forma regular? Su mundo empezó a derrumbarse. Todo aquello en lo que creía carecía de sentido. Laura intentó calmarle, pero Carlos no era capaz de hablar. Sólo podía llorar y desear con todas sus fuerzas volver a aquel día, a aquel mundo inocente y virginal para quedarse para siempre en aquella foto. Deseaba más que nada en este mundo volver a ser el niño de aquella tarde en el barco. Lo deseaba más que todas las noches de sexo del mundo. Que todos los encuentros en baños y portales de su adolescencia. El niño de la chaqueta amarilla que tanto gustaba a las madres. Quería volver a sentirse príncipe.

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