Era un pobre hombre débil y blando. Hacia ya tiempo que no era el mismo… Lejos quedaban los días de gloria y escarceos con bellas damiselas dispuestas a todo por un poco de dinero y dulce polvo blanco. Había ganado peso y perdido atractivo, y las mujeres habían ido dándole la espalda poco a poco… Una joven promesa estrellada, a medio camino entre la gloria y la basura terrenal.
Su novia lo abandonó y se marchó con el hijo del dueño de una importante empresa de congelados. Así de fría era ella, como la sección de congelados de un hipermercado, como el amanecer en los muelles donde los trabajadores de papá les pagaban a ella y él sus vicios…
En el club la gente le miraba mal, no les gustaba su nuevo aspecto. Hacía tiempo que no cambiaba de coche ni de teléfono móvil, y eso no era algo que gustase a la gente del club… Cada vez consumía menos martinis antes de la comida, que ahora casi siempre limitaba al menú del día o a algún plato combinado de la carta de niños…
Necesitaba cambiar de vida, y, para ello, también precisaba de un plan.
–Tarde o temprano saldré de ésta –se decía mientras masticaba un muslo de pollo al limón-. Pidió la cuenta, pagó en efectivo sin dejar propina y se largó.
Aún conservaba su BMW de reciente modelo, y pensó que quizás aquello pudiera ayudarle. Ya se sabe como funciona ésta máquina… Cualquier putita pierde el culo por un tipo con un buen motor y un fajo de billetes en la cartera. Sin embargo esto último fallaba en el caso del pobre Ernesto. Aunque lo aparentase no le quedaban muchos cuartos, y tendría que apañárselas como pudiese para sobrevivir ante el implacable e inesperado cambio de rumbo de los acontecimientos…
En primer lugar debería de olvidar a aquella mujer. Aquella gran mujer que llevaba años y años en su vida, alternando de papel –a veces secundario, en otros momentos de indiscutible protagonista- pero siempre presente entre las bambalinas de esa gran obra que era su vida. Su primer y único amor. Miles de infidelidades por parte de Ernesto, un hombre de líbido bastante indomable, y ningún tipo de conocimiento por parte de ella. Finalmente ella, al ver su deterioramiento físico y su decadencia personal, optó por dejarlo en la cuneta. Muchos de ustedes dirán que lo merecía, maldito infiel, pero sólo un verdadero hombre enamorado como él sabe que si no le contaba nada a ella era porque la amaba y no quería hacerle daño… Ella, mosquita muerta y mujer inteligente donde las haya, dejó de lado su estilo de vida equilibrado y tranquilo, y optó por el lado salvaje de las cosas junto a aquel hijo de un pez gordo unos años mayor que ella.
-Nada de esto es propio de su actitud- se dijo Ernesto- pero ya era demasiado tarde. La noche, los hombres, la cocaína… Ernesto se ponía enfermo sólo de pensar en ella en la compañía del sexo de otro hombre. Sus amigos, esos bocazas que en ocasiones no sabían cuando debían callarse, le informaban de las novedades de la intensa vida de su entrepierna… Aún lo puedo recordar llorando en el asiento de copiloto del coche de Ricardo cuando le informó de que se había insinuado de forma lasciva a un conocido suyo en un cóctel de lo más selecto…
Todo aquello le cegaba… Quería olvidarse de ella de una vez por todas y rehacer su vida, y eso mismo era el principal obstáculo en su recuperación. Pensó en que quizás debería recuperarla. A la mierda el gran plan, sólo la necesitaba a ella… Miró en su cartera, sólo le quedaban 230 euros en efectivo y un poco más en la tarjeta… No se lo pensó dos veces cuando a su cabeza llegó una forma infalible de recuperarla con algo menos de la mitad de su presupuesto…
-¡Pero qué putas es eso que tienes en el brazo, Ernes! Así lo recibió ella, ataviada con un nuevo modelito cortesía de algún buitre.
-¿Qué pasa, no te gusta? Lo he hecho pensando en ti… Te necesito a mi lado, no puedo seguir así.
-¡Estás loco Ernes, LO-CO! Eres un jodido tarado… Primero la barriga, luego pierdes tu empleo… ¡Y ahora esto! Creo, de verdad, que esto es la mierda más jodida y deplorable que has hecho a lo largo de tu vida Ernes…
-¿No me echas de menos después de todo este tiempo juntos?- replicó Ernes con voz de pena.
Se hizo un silencio entre ambos, un silencio frío y húmedo…
-No Ernes no… He cambiado, y ahora quiero aprovechar el tiempo perdido… La vida es demasiado corta como para atarme a alguien como tú… Quiero emociones, quiero sensaciones… Quiero viajes, dinero, quiero falos rodeándome Ernes… ¡Falos!
No podía entenderlo… Se había gastado 140 euros en tatuarse su nombre en un brazo y el suyo en el otro… Pobre Ernes, no sabía que esos tatuajes se los hacen los tipos feos y gordos cuando, gracias a algún inexplicable golpe de suerte, enganchan a alguna tía buena…
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