Miguel era mi compañero de piso. Compartíamos aquel zulo en una callejuela cerca de la estación desde hacía algo más de un año. Tenía la misma edad que yo y ambos estábamos tratando de acabar nuestros estudios. Creo que una vez le oí decir que estudiaba en la escuela de Ingenieros, pero tampoco podría jurarlo. Ese era el tipo de información que Miguel y yo considerábamos totalmente prescindible.
Me gustaría describirle exhaustivamente pero, para que se hagan una idea de cómo era, creo que mejor les mostraré un pequeño resumen de un día cualquiera en su vida:
06:00 am La luz que entra por la ventana le despierta. Se ha vuelto a olvidar de bajar la persiana.
10:30 am Suena su despertador. Lo apaga.
11:30 am Decide levantarse. Pone rumbo a la ducha. Es un tipo aseado.
12:00 pm Baja al bar de abajo y desayuna. Tostadas, ensaimada, zumito de naranja y Cola-Cao. No ha probado el café en su vida (tampoco le hace falta). Lee el Marca.
12:45 pm Vuelve a casa y se sienta frente al televisor. Siempre ponen algo que le gusta. Espera a la llamada de su novia (él nunca la llama...)
...
Y bueno, más o menos creo que ya se dan cuenta del tipo de persona que era. Nunca supe cuánto tiempo llevaba con aquella chica -yo ni siquiera la conocía- pero salían bastante por ahí. El resto del tiempo lo pasaba frente al televisor o conmigo.
Un día estábamos los dos tirados en el sofá. Hacía un calor de horrores. Estábamos en pleno mes de Agosto -ambos teníamos exámenes en Septiembre- y no podíamos ni movernos. El piso no tenía aire acondicionado, así que nos apañábamos con un viejo ventilador que nos había prestado el casero.
-Joder tío, qué puto calor...- me dijo.
-Ya ves... Creo que me voy a quedar pegado al sofá. ¿Te queda tabaco?
-No tío, y eso es lo peor de todo. No me quiero imaginar qué pasaría si salgo a la calle con este puto calor.
-¡Mierda! ¿Vas a quedar con ésta hoy?
-Vendrá a casa en un rato... Creo que ya va siendo hora de que la conozcas.
Me fijé en él detenidamente y me di cuenta de que nos parecíamos bastante, tanto en estilo de vida y eso, como físicamente. Ambos éramos castaños con el pelo bastante largo. Ninguno de los dos tenía mucha vida social ni planes de futuro. Sin embargo, Miguel tenía una novia.
-¿Está buena?- pregunté.
-Bastante tío, bastante... Creo que ésta vez he dado un buen golpe.
-Entonces habrá que verla.
Nuestra camaradería era bastante especial. Sabíamos que ninguno de los dos éramos el tipo de amigo que presentas a tus padres, ni con el que irte de viaje al fin del mundo en velero. Éramos sencillamente un par de colegas. Un par de tipos, ni más ni menos.
A eso de las ocho llegó. Se llamaba Luisa. Tenía el pelo liso y lucía un escote tremendo. A decir verdad, Miguel tenía razón; había dado un buen golpe. Después de las presentaciones, pensé que se largarían al cuarto de Miguel y eso. Pero no fue así. Fueron al salón y me invitaron a acompañarles.
-Bueno, al fin y al cabo ésta es mi casa, ¿no? -dije.
Luisa no hablaba mucho. Había venido bastante arreglada. Miguel y yo parecíamos dos zánganos: en calzoncillos y vistiendo camisetas de propaganda. Pasados los minutos, Miguel y yo seguíamos llevando el ritmo de la conversación. Yo intenté meterla un poco, pero contestaba tímidamente, con monosílabos. No es que fuese una idiota ni nada por el estilo, pero se la veía algo nerviosa. Al cabo de unos minutos, Miguel propuso pedir comida china. Todos estábamos de acuerdo, así que llamamos. Pedimos de todo, un buen festín pre-exámenes. Luisa se mantenía un poco indiferente, pero la escuché decir que tenía hambre.
Nos dijeron que tardarían 40 minutos. Miguel se acordó de que no tenía dinero en la cartera, así que dijo que tenía que se iba a un cajero. Lo lógico habría sido que Luisa se hubiese levantado para acompañarle, pero no fue así. A ninguno de los dos pareció extrañarle la situación. Simplemente era eso; un tipo yendo al cajero a por pasta mientras que su novia esperaba en casa con el compañero de piso de éste.
-En diez minutos vuelvo, hay un cajero aquí al lado-dijo. Portaos bien.
Vaya panorama... Ahí estábamos Luisa y yo muertos de calor con la tele estropeada. Yo me sentía algo incómodo -hay que tener en cuenta que ella no tenía una gran conversación- y ya no sabía qué más decirle. Era una de esas tías a las que hay que sacarles las palabras con cuentagotas. Hubo un par de minutos de silencio. Ella jugaba con uno de los cojines y miraba su reloj de pulsera constantemente. Pasados diez minutos, Miguel aún no había llegado. Al cabo de veinte, tampoco. Lo mismo pasó después de treinta. Y cuarenta...
Entonces, pasados exactamente cuarenta y cinco minutos, Luisa se levantó como quien recibe órdenes de arriba. Como un robot autómata de una película de ciencia ficción, se dirigió hacia mí y me entregó una carta. Era de Miguel. Decía lo siguiente:
Hey tío de verdad que lo siento pero tengo que largarme. Me han surgido unos asuntos y me marcho de la ciudad. No sé si volveré o no. Sé que lo comprenderás. No dejo nada en mi cuarto (acaso alguna vez lo hubo?). Ah, te dejo a Luisa para tu uso y disfrute personal (al menos durante ésta tarde). No es mi novia ni nada por el estilo, es una puta que me debe un favor (pero te lo hará a ti, ya me entiendes). No te preocupes por el tema de la pasta, ya lo he arreglado todo con ella y lo de la comida también. Creo que esto compensará mi huida. Ya me pondré en contacto contigo cuando solucione ciertos temas. Cuídate y disfruta de Luisa...
Miguel
Cuando levanté la vista del trozo de papel, ya estaba en ropa interior. <<Joder, está verdaderamente buena>> -pensé. En seguida me vino a la mente aquella frase de una novia que había tenido: <<jamás te permitiría que te fueses de putas, ni aún habiéndolo dejado conmigo>>. Joder, siempre jodiendo los momentos interesantes de la vida... Lo que la pobre no sabía es que, por muy puta que sea, mientras uno no saca el dinero de SU cartera, aquí nadie se ha ido de putas...
-Y bien guapo... ¿Por dónde quieres que empiece?